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Marchito

Nos levantamos con unos sonidos que venían de fuera de mi cuarto. Salí a ver qué pasaba. El caballo favorito de los señores estaba parado a unos metros de mí. Era realmente precioso. Tenía pelo completamente negro que reflejaba la luna.

Discúlpame, amigo- me dijo- Discúlpame por levantarte. Todos los otros son muy aburridos, imagino, entenderás mi desesperación al estar ahí con ellos, días tras día, día tras día ¿No?

Al principio solo pensé que seguía dormido. -Sí, eso es. Me acabo de levantar, pero sigo dormido-. Él siguió.

-Palomino, tu adorado perro, no te quiere, ¿sabes? Nunca lo hizo, él prefiere a los jefes y ellos lo quieren, él lo sabe. Me imagino a ellos sí los considera “dignos” ¡Ja! Un simple peón nunca lo será. Solo es una cuestión de tiempo hasta que se deshaga de ti. Los perros son criaturas insoportables, eso siempre lo he sabido. Pero el tuyo es especial, todo otro nivel.

Dio un relincho diferente, que nunca había escuchado, hasta parecía reírse, y se agachó para comer más pasto.

-Te diría que lo siento, por tu padre, pero realmente no lo hago… era estúpido, mediocre. Bueno, mejor paro, se ve que te está afectando. Nunca he entendido por qué todos ustedes son tan sensibles.

Yo había roto en llanto. Ella salió del cuarto y me abrazó. Me llevó al cuarto, preguntó qué había pasado.

A la mañana siguiente, me levanté tarde, ella se había ido, no me sorprendió, ¿por qué se quedaría? Uno de los jóvenes fue a avisarme que los jefes querían hablar conmigo. En la sala me estaban esperando. El señor, sentado en su gran sillón marrón de cuero y la señora en su mecedora de madera, con Palomino echado a sus pies. Me dijeron que les había contado lo sucedido y había partido a la madrugada.

Estaban muy preocupados. Me dijeron que debía ir al hospital.

Los jefes solo venían durante sus vacaciones. Ahora, gran parte del tiempo, estaba yo solo con los caballos y Palomino. El lunes partí al pueblo más cercano, después de varias cansadas horas en buses y a pie llegué. Los jefes ya me habían indicado a qué hospital ir, qué decir. Como siempre, yo solo seguí indicaciones. Me dieron medicina. Debía tomarla una vez al día, ir a recogerla cada fin de mes. En cuanto a mi diagnóstico, nunca explicaron muy a fondo, nunca pregunté, ¿para qué? De todas formas, quien me atendió parecía más interesado en la mujer que notó caminando en la plaza a través de la ventana.

Antes de tomarlas, siempre necesitaba un incentivo: “Estoy loco, sí, estoy loco, necesito tomarlas…”.

Los jefes me habían pedido que apenas regresara a la casa los llamara. Cuando llegué a la hacienda, entré a la casa principal y cogí el teléfono fijo. Marqué y les conté todo, cómo habían sido muy amables conmigo, cómo tenía las pastillas y las tomaría cada día, gracias.

Esa tarde, después de limpiar a los caballos, darles de comer, soltarlos para que corran y comer yo, fui al campo y recogí flores, siemprevivas, elegí las más bellas y las dejé en la tumba de mi padre. Su tumba, a como un kilómetro de mi cuarto, era cuidada por mí, siempre dejaba un racimo de siemprevivas, que cambiaba cada semana, para que no se marchitaran. Eran sus favoritas, él fue el que les pidió a los señores que las plantáramos. Cuando tenía tiempo libre, lo pasaba allí.

Murió después de comer unas flores venenosas, no fue ningún error. Él me había advertido sobre lo peligrosas que eran en una de nuestras caminatas con Palomino. Vivíamos los dos en la hacienda, solo veíamos de vez en cuando a los jefes. Al matarse, sin explicación alguna, tuve que tomar su trabajo.

Cuando estaba volviendo, vi a Palomino correr por el campo. Un hermoso animal. Su pelaje era completamente blanco, con excepción de una máscara perfecta completamente negra. Terminaba justo atrás de sus orejas.

Había momentos en los que pensaba lo que me dijo el caballo:” ¿podrá ser?”. Pero después me daba cuenta de que era una tontería. “Lo fue en ese momento, siempre lo será.”

Cuando cayó la noche, me fui a acostar, Palomino seguro estaba dormido en el sillón de los jefes. A ellos no les importaba. Sí, sí lo querían.

Mi día a día no cambió, los jefes iban a disfrutar de su hacienda, montaban a sus caballos. Hacían las mismas preguntas sobre mi medicación y cómo me encontraba. “Funcionan muy bien, estoy perfecto, lo siento mucho, no volverá a suceder, gracias”.

Cada vez pensaba menos en el incidente del caballo. Capaz, ya todo se había terminado

Apenas hace dos meses, cuando estaba revisando mensajes en la contestadora del teléfono, (así lo debía hacer por lo menos una vez al día), encontré uno en el que me pedían que los llamara apenas pudiera. Así lo hice. Me explicó que habría una cuarentena, que comenzaría en apenas unos días, que ellos la pasarían en su casa, en la capital. Debía ir pronto al pueblo, recoger mi medicación y todas las cosas que necesitara para pasar un tiempo sin hacer compras, iban a cancelar todos los transportes públicos que me ayudaban a atravesar muchos kilómetros en los que no había nadie, hasta que los buses regresaran, o iba a poder volver. Igual podía pescar en el río. Para mí no cambiaría nada, no me alarmé.

Partí en mi camino al pueblo, compré todo lo que necesitaba. Por último, visité el hospital. Me dijeron que solo tenían medicamentos para una semana. Ya no les iban a llegar, no las producían ahí. “Usted no se preocupe, no pasará nada”.

Regresé a la hacienda, preocupado, llamé a los jefes, dijeron lo mismo, no pasaría nada. No se molestaron ni se preocuparon. Me dijeron que si había algún tipo de problema los llamara. Les agradecí, volví a pedir disculpas, me despedí.

Al ver hacia el campo no pude evitar sentir una tensión entre el caballo del incidente y Palomino, ¡que ridiculez!


Todos los días igual, cuidaba a los caballos, los soltaba para que pastaran, comía, iba a cuidar la tumba de mi padre cuando podía, luego de limpiar, dormía. Solo pasaba estaba con Palomino cuando comía, le hacía cariño, no se quejaba.

Tomé la última pastilla, traté de convencerme <<no te ayudan en nada, no las necesitas, no hacen ninguna diferencia, no pasará nada, no pasará nada…>>.

En el segundo día sin medicación estaba comiendo en mi cuarto con Palomino, como siempre. Se sentó frente a mí. Después de un rato me dijo:

“Yo también odio al caballo del incidente, pero los otros lo quieren, ¿qué puedo hacer? Tan brutas a pesar de su belleza... Solo espero se dé cuenta cuál es su lugar, no me gustaría verme obligado a tomar acciones también con él”..

Se sentó y comenzó a lamerse la pata, estaba tranquilo.

“No pasará nada, no pasará nada, no pasará nada”

Hizo una pequeña pausa para bostezar y echarse, luego siguió:

“Por favor entiéndeme, yo quería mucho a tu padre, me ayudó, me mostró bondad cuando era un perro callejero. Pero dejó de tratarme con amabilidad, respeto y, para serte franco, me aburrí. Aunque los jefes me dejaban estar con ellos en la casa y dormir ahí, él me botaba. Te lo repito, entiéndeme, era un estorbo, no me dejó otra salida”.

En ese momento ignoré todos los pensamientos, sentimientos “no, tranquilo, sabías que esto podía pasar, esas pastillas son lo único que lo evitaba, tú estás loco, tú estás loco, ¡tú eres el loco! No pasará nada”.

Sin saberlo, me levanté y escapé, llegué a la tumba de mi padre, otro que tampoco puede pensar ni moverse. Está ahí, enterrado con un racimo de siemprevivas marrones encima porque era infeliz y yo no me di cuenta, porque no lo pude ayudar, no porque un perro lo mató, ¡idea simplemente ridícula!

No pasará nada. Me di cuenta que había mordido la parte de adentro de mi cachete, estaba sangrando.

La noche transcurrió como cualquier otra. Comí y dormí. No volví a ver a Palomino. El día siguiente tampoco, de nuevo, a las horas de comer dejé su plato afuera de mi cuarto y cerré la puerta, no quería hacerle daño, podría pasar, ¡si yo estaba loco!

En el cuarto día sin medicación, me levanté para encontrar a Palomino mirándome, no pasará nada, alto y delgado. Antes de que me pudiera parar comenzó, “Escúchame, me quiero disculpar por la forma en la que te conté lo sucedido, entiendo tu reacción, voy a perdonarte esta falta. Es importante que estés completamente consciente: no estás loco, nunca lo has estado, nunca lo estarás”. No pasará nada, no pasará nada, no pasará nada. Se quedó en silencio, mirándome, como esperando una respuesta, una disculpa, nuevamente me paré y comencé a correr, repitiéndome “Ya no tienes tus pastillas, sabías que esto podía pasar, no pasará nada, no pasará nada”. Me preguntaba si debía llamar a los jefes, pero no lo hice -han sido buenos conmigo, ¿por qué alarmarlos?

En el quinto día Palomino estaba nuevamente esperando a que me levantara, me repetí, “estás enfermo, sea lo que sea que te “diga”, no es real”. Entonces comenzó

-Intenté tratarte bien, solo quise advertirte, quería que nos lleváramos bien, como lo hago con los caballos, claramente no aprovechaste la oportunidad que te di. No entiendes nada. Te lo he explicado antes, ¡no estás loco!, y aunque sigas confundido, me faltaste el respeto, ¡dos veces! En cualquier momento me puedo aburrir también ti…. No será difícil. No volveré a mostrar tanta compasión”.

Me costó más que las otras veces, pero me levanté y salí del cuarto, ni siquiera miré a Palomino. Lo hice repitiéndome las mismas palabras que los días anteriores, “no es real, te faltan las pastillas, no pasará nada”. Pero, esta vez, ya no estaba seguro si lo creía.

Seguí mi día normal. Temía que Palomino me hiciera daño, es ridículo, es ridículo ¡Sí!, simplemente ridículo.

Cuando regresé a mi cuarto, decidí que lo encerraría en la casa central, le llevaría comida, tenía un pequeño jardín al interior, perfecto. Me levanté temprano y fui a la casa, le dejé bastante comida y agua y cerré la puerta. Él todavía dormía en el sillón, no se dio cuenta.

Seguí mi rutina como siempre, terminé temprano, dejé a los caballos pastando. Fui a recoger siemprevivas. Cada vez que me repetía lo ridículo que era creerle al perro y al caballo hablantes confiaba menos en la idea de que realmente era ridículo.

Cuando regresé, Palomino estaba sentado sobre mi cama, esperando, los caballos habían roto la puerta de la casa. “Realmente no entendiste nada, ¿no? Así no funcionan las cosas. Me alegro que, al matar a tu papá, también te herí a ti”. Se levantó y se fue.

En ese momento, me di cuenta de que lo mataría. Lo mataría en el campo, usaría uno de los cuchillos del señor. En cuanto a los caballos, eran también víctimas. Durante esa noche no me cuestioné ni una vez si era real. Sí, Palomino podía hablar, sí, ese caballo también me habló ¡Qué estúpido por no escuchar! No, no estaba loco ¡Claro que era real! No pude dormid hasta que agarré un cuchillo y lo dejé en mi mesa de noche.

El día siguiente, siempre muy alerta, fui muy temprano a ver a mi padre, solo por si acaso. Con un racimo de siemprevivas en la mano le conté que lo sabía todo, -no debes preocuparte por nada-, no lo hizo. Esperé a que Palomino se cansara y echara en el pasto. Cuando lo hizo, cogí el cuchillo que había tenido escondido bajo mi manga todo el día y fui hacía él. Mientras me acercaba, silencioso, un ruido raro me llamó la atención, levanté la mirada. Todos los caballos, con excepción a uno que solo miraba con pena, galopaban hacía mí.


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