La carta
- Alejandro Becerra 7.°A
- 4 nov 2020
- 2 Min. de lectura
Esa carta. Esa carta que no me dejaba dormir. Debía abrirla, lo sé. No había hablado con él hace ya cuatro meses. Le tenía una gran estima, al igual que un gran temor. Y ahí estaba yo, en un cuarto oscuro, en medio de una tormenta. Habitualmente estaríamos frente a la fogata, pero él ya no estaba. Mi único consuelo era el sonido de un canal con estática en la televisión. La carta seguía ahí, torturándome con su simple existencia.
Me senté en la pequeña mesa de madera, sucia y empolvada, la que me había regalado mi papá ya unos años atrás, tomé la carta y sin ninguna intención de abrirla, pensé: ¿qué es lo que dirá en esa carta? No esperaba una disculpa, y menos, algo romántico. Nuestra relación no podía ser la misma, no desde que lo vi, desde que lo vi... con esa mujer. No podía recordar el momento exacto en que me enteré de su infidelidad, pero sí de cómo mi alma, dependiente de él, se destrozó en mil pedazos. Y de nuevo mi mente volvió a mi casa, allí, sentada en la redonda mesa de madera, aún sin el valor de abrir esa carta. Tal vez, muy inconscientemente, esperaba el momento indicado, si es que había uno. De pronto, lo que solo parecía ser truenos, se convirtió en lluvia torrencial, me dirigí a mi habitación en el segundo piso, trataría evitar de alguna manera que el techo goteante estropeara la alfombra. Mientras subía, me detuve. Pensé un momento. Decidí calentar el horno, para después cocinar galletas de calabaza.
Por unos instantes, pude olvidar la existencia de esa carta. Pero de un momento a otro, me percaté de algo detrás de mí. No era un sonido, simplemente era algo que bizarramente me llamaba, que me tentaba voltear. Y ahí estaba de nuevo: la carta, tirada todavía en la mesa de madera, en la cocina. Intentando pasar de ella, me fui a la sala, a simplemente mirar por la ventana, justo en frente del parque. Cuando me di cuenta, treinta minutos habían pasado ya, y un extraño olor a humo apareció. En un primer momento no le di importancia, a esa altura, ya no sabía si esa nube era de humo o estaba en mi cabeza... mi mente simplemente no podía distinguirlo. Voltee la cabeza hacia la cocina, y una llama se iba extendiendo por todo el lugar. Estaba demasiado lejos de la puerta. Rompí la ventana, el seguro estaba averiado. Escapé. No tuve ningún tipo de quemadura después de eso, pero junto con mis pertenencias, la carta se hizo cenizas, nunca me atreví a abrirla. Ahora es muy tarde.
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